Adrienne Shelly también cumplía diferentes roles personales y profesionales. Además de hija, amiga, esposa y madre de una niña de 3 años, también era actriz, guionista y directora. Se había coronado como una de las princesas del cine independiente y todos la conocían por ser una mujer creativa y enérgica con una gran pasión por contar historias. En 2006 estaba viviendo el mejor momento de su existencia, habiendo rodado su tercera película como cineasta y a la espera de que el prestigioso Festival de Sundance le confirmara si aceptaba proyectarla. Pero la tragedia borró todo de un soplido.
Cuando la policía encontró el cuerpo de Adrienne Shelly en su oficina de Nueva York el 1 de noviembre de 2006 enseguida lo trataron como un suicidio. Incluso los medios inmortalizaron su final de esa manera. Sin embargo, su marido y aquellos que la conocían no daban crédito. Era imposible que alguien como Adrienne y en ese momento vital se quitara la vida. Y tenían razón.
Adrienne había celebrado una fiesta de Halloween junto a su hija Sophie, su marido Andy Ostroy y varios amigos la noche antes de morir. Bailó, jugó con su niña y se divirtió a lo grande. Estaba feliz, expectante y ansiosa. Su sueño estaba a punto de cumplirse. Porque si su película La camarera recibía la invitación del Festival de Cine de Sundance, entonces su carrera tomaría el ritmo que merecía. Básicamente, no había un peldaño mejor para consagrar su lugar en el mundo del cine y para ser tomada en serio como mujer cineasta después de haber huido de la cosificación de Hollywood años atrás.
Por eso, cuando su marido la encontró la tarde siguiente, sin vida y colgada de una sábana en el baño del pequeño apartamento donde solía trabajar a solas en el Village de Nueva York, se quedó en shock. Nada tenía sentido. Adrienne adoraba a su hija.
Aunque la puerta estaba abierta y faltaba dinero en su billetera, la policía no barajó ninguna otra hipótesis que no fuera la del suicidio. Incluso la autopsia determinó que había muerto por compresión en el cuello. Sin embargo, para sus seres queridos la conclusión no tenía sentido y Ostroy insistió a los investigadores que revisaran la escena (llamándolos en fin de semana aunque no estaban trabajando). Así lo cuenta en el documental Adrienne que él mismo dirige, un largometraje disponible en HBO Max desde inicios de año donde repasa el caso pero, sobre todo, rinde homenaje al legado de su esposa.
Fue recién la semana siguiente, y ante la insistencia del marido, que los oficiales se toparon con detalles que les llamaron la atención. Por un lado, la huella polvorienta de unas zapatillas Rebook al lado de la bañera donde encontraron el cuerpo, que coincidía con otras huellas donde se habían realizado trabajos de construcción en el edificio. Y, por otro, que ni ella ni su marido sabían hacer el nudo que colgaba su cuerpo de la sábana.
Ante el descubrimiento, Ostroy decidió buscar respuestas y contrató a un forense para que se hiciera una segunda autopsia. Fue entonces cuando descubrieron que había sido estrangulada antes de ser colgada y que su cuerpo contaba con suficientes moretones como para demostrar que “había luchado como una leona” por su vida. La habían asesinado.
La policía arrestó al sospechoso el 6 de noviembre de ese mismo año. Se trataba de Diego Pilco, un ecuatoriano de 19 años que trabajaba en construcción y se encontraba en EE.UU. sin papeles. En su confesión dijo que había empezado a robar en las obras donde trabajaba para, supuestamente, enviar dinero a su madre al tener una deuda de $12.000 con quien lo había llevado ilegalmente hasta el país.